Con muñequeras en ambas manos y protectores en sus dos rodillas, Orlando ‘Pipo’ Marrero no solo marcó una imagen contrastante con el resto de los jugadores de su generación en el Baloncesto Superior Nacional.
Con ese estilo, combinado a su fogosidad en las tablas, parecía más un luchador que un baloncelista. Y él parecía vivirse la película.
Apreciado por los seguidores de los Vaqueros de Bayamón, se ganó la antipatía del resto de la afición por su lenguaje corporal, especialmente después de cada canasto. El tipo de canastero que sin anotar 20 o 30 puntos por juego, resultaría tan fastidioso para muchos al punto de tener repetidos encontronazos con los rivales de turno en el tabloncillo. E incluso contra sus compañeros del Equipo Nacional durante la década de los 80, en la que coincidió con los pívots José ‘Piculín’ Ortiz, Ramón Ramos, Ramón Rivas, y los delanteros hermanos Edgar y Francisco ‘Papiro’ León, entre otros.
Pero Pipo, el otrora delantero y pívot que militó 15 temporadas en el BSN de 1980 a 1994, no fue un jugador del montón. Aunque es recordado por ese juego físico, tuvo campañas en que rondó los 15 puntos por juego y cerca de 10 rebotes. Palabras mayores para un equipo de Bayamón que en los 80 era uno de los ‘cucos’, con la presencia de Rubén Rodríguez y la llegada de Jerome Mincy.
De su estilo de juego, sus batallas campales en la cancha y otros temas, habló con El Nuevo Día el exjugador de 54 años, otrora integrante de la plantilla boricua que hizo historia en 1990 alcanzando el cuarto lugar en el Mundial de Argentina.
¿A qué te dedicas ahora, después de tanto tiempo de retirado?
Acabo de abrir hace como tres meses, mi propia compañía de sellado de techos en Houston Texas. Se llama Affordable Texas Roofing. Tengo tres personas trabajando para mí. Ya estoy en planes de expandirme, y eventualmente cubrir todas las ciudades de Texas, por lo menos las principales. Es curioso porque yo no me subo a los techos.
Eso yo lo respeto. Yo tengo un inspector que lo hace. Yo me encargo de hacer las presentaciones en vídeo, y de hacer las ventas. La razón por la que me vine para acá en 2013, es que me divorcié en 2009. Tuve una compañía de tasaciones de Bienes Raíces en Florida, por 12 años. Cuando ese mercado se cayó en 2007, que los bancos pararon de prestar dinero, me divorcié y lo perdí todo. Tuve que empezar desde cero.
¿Te mantienes practicando algo de deporte o ejercitándote?
Voy al gimnasio por lo menos 3 o 4 veces a la semana, corro bicicleta y le doy a las pesas, porque no puedo jugar, ya que tengo meniscos rotos en mis dos rodillas, lo que vengo arrastrando desde 1994, cuando me operé. En esa época cuando estábamos jóvenes tú sabes que lo que habían eran Converse de tela (ríe)… En juvenil, que yo gané campeonatos con Bayamón, y primera categoría, todo eso se jugaba afuera en canchas de concreto.
¿Qué admiras o recuerdas de esa época en que jugaste Superior?
Para nosotros, específicamente los que jugamos categorías menores en Puerto Rico, al llegar a esa liga Superior, el sentimiento de ese atleta era que había llegado a la liga grande. Todo el mundo tenía esa expectativa. Yo no lideré la liga en puntos, ni era el más alto ni el más rápido ni más fuerte. Sin embargo considero que tuve éxito porque yo tenía mucha determinación. Y los jugadores de mi época también, porque considero que después de haber pasado las categorías menores y llegar a la Superior, todo el mundo quería demostrar, brillar y poder llegar a la Selección Nacional.
Yo no era una persona muy amigable, específicamente con muchos de los jugadores altos. Porque aunque me considero una persona buena que me gusta hacer amigos, ya yo sabía que cuando venía el juego, ese jugador quería hacer lo que fuera por su equipo, igual que yo; y lo que iban a ver era empujones y codazos. Yo tenía como una política, de que saludaba así (de lejos), pero no me hacía muy amigo. Y no compartíamos en actividades sociales. Eso pasaba mucho. No es como ahora, que lo ves hasta en la NBA, que después del juego, hay como una camaradería. Eso en el tiempo de nosotros no era así; había riña. Todos querían lucir, y nadie quería que le echaran 30 puntos”.
Esa época marcó la llegada de los refuerzos. ¿Qué me dices de eso?
En mi equipo de los Vaqueros, me tocaba siempre gardear a los refuerzos del otro equipo. El menú mío era el siguiente: Ramón Rivas un día; Michael Henderson el segundo día; Ramón Ramos al otro día; Mario Butler al otro día; Piculín al otro día; Rolando Frazer, al otro día. Prácticamente tú tenías que jugar frente al jugador que más producía del otro equipo. No podíamos permitir que Jerome (Mincy) nos entrara en faltas personales. Además, en la trilogía de nosotros con Rubén Rodríguez, él era más un tirador de afuera. Así que lo que era la parte de adentro del canasto, Jerome y yo éramos los que manejábamos esa área.
¿Estabas consciente de que caías mal a la fanaticada contraria?
Sí, como no. Yo entendía ese rol tan bien, que te puedo decir que una de las razones por las que jugué de la Selección Nacional, fue porque tanto Hetín Reyes como cualquiera de los coaches de esa época, Julio Toro, Flor Meléndez y Carlos Morales, todos ellos entendían que no puedes tener un equipo donde todos sean estrellas, donde sea todo ofensiva. Habían jugadores altos que a veces se le hacían difícil a Piculín, que era mucho más ofensivo y de otras destrezas. Pero Piculín no era un palero, no cogía ni daba golpes. Y muchos de nosotros teníamos que hacer eso por no tener esas habilidades. Yo no tiraba de afuera, ni de media distancia. Casi todos mis tiros eran en la pintura. Ese fue el baloncesto que yo aprendí a jugar.
Es lo que llaman en el argot deportivo, el trabajo sucio.
Eso es así. Si miras todas las franquicias que ganaron campeonatos, todas tenían un jugador así. San Germán tenía a Cheo Otero. Todo el mundo tenía un jugador que no anotaba mucho pero hacía su trabajo cogiendo rebotes y defendiendo al otro para que no le echaran muchos puntos.
¿Hay algunas peleas memorables que recuerdes?
Primero con Diego Meléndez… yo diría que todos los jugadores altos de esa época tuvimos que chocar con Diego Meléndez, tuvimos que lidiar con él. Me está gracioso porque después que me exaltaron al Salón de la Fama de Bayamón (2014), una asociación de puertorriqueños allá en San Antonio, Texas, me hizo una actividad, y da la casualidad que Diego Meléndez vino a la actividad también. Era la primera vez que yo compartía con Diego en una actividad social amistosa. Porque nunca antes tuve esa oportunidad. Me dieron el micrófono para hablar. Les di gracias por la actividad, y les dije, ‘yo estoy aquí compartiendo con Diego Meléndez, y en realidad nunca había estado en una situación amistosa con él, porque jugábamos en contra y por la rivalidad se formaban peleas. Les puedo decir que ni Diego ni yo lideramos la liga en puntos ni en tiros de tres. Ni a lo mejor fuimos los mejores desde el tiro libre. Pero yo les garantizo que entre Diego y yo, cuidado si no dimos como diez mil faltas personales (carcajadas)’. Te podrás imaginar cómo se echó esa gente a reír. De ahí para adelante pasamos una noche inolvidable.
Entre las cosas que viví (en la liga), yo tuve problemas con Diego Meléndez, tuve problemas con Chemba Lanauze… recuerdo que antes de mi boda tuve una pelea con Chemba allá en Ponce, y perdimos ese juego. Yo me iba a casar cuatro días después. Iba a ir a Florida a casarme. Da la casualidad que días antes hablo con mi novia y me dice, ‘trata de cogerlo suavecito para que no vengas con un ojo hinchado’. Después de la pelea, la llamo, y le digo, ‘sweetie’, quiero decirte que obviamente voy para allá para la boda, pero quiero que sepas que no voy con un ojo hinchado, ¿sabes? Voy con los dos ojos hinchados (ríe a carcajadas).
¿Así de seria fue esa pelea?
Si tú supieras que esa pelea que yo tuve con Chemba, yo me la merecía. Porque a mí me gustaba de vez en cuando, tirarle como un codazo en el área del costado, y hacerme como que yo no hice nada. Yo toqué a Chemba y me hice que nada había pasado. Entonces Chemba ha venido de atrás ‘palante’ y me ha dado un golpe en la cara que yo no sabía ni qué pasó. Y cuando voy para adelante que los compañeros me aguantan, Chemba me dio otro cantazo más. Así tuve problemas con Cheo Otero, con Mario Butler. Y en la Selección Nacional tuve forcejeos bastante fuertes con Ramón Rivas (en una práctica). Eso te dice cómo éramos los jugadores en esa época.
¿De tantas historias con los Vaqueros, habrá alguna que no olvides?
Una cosa que nunca se me olvida fue una anécdota con Hetin Reyes (exapoderado), cuando él salió en 1981 y le entregó el equipo a Pedro ‘Cuco’ Ortiz. Yo comencé con Morovis mi carrera en 1980. Pero nunca se me olvida que cuando firmé con los Vaqueros (1981), tenía otras ofertas de los Capitanes de Arecibo y otros equipos. Y Hetin me dijo a mí (antes de salir), tú nunca vas a poder superarte si no juegas con el talento (con jugadores talentosos como compañeros). Yo decía, ‘cómo diablos voy a jugar aquí si hay seis manduletes allá abajo. Pero me acuerdo que por eso que me dijo Hetin fue la razón por la que firmé con Bayamón. Pensé que si jugaba con esos jugadores talentosos de Bayamón, eventualmente iba a mejorar, porque lo mismo me pasó en categorías menores. Cuando voy a novicios en el Boys Club, ese equipo tenía 5 o 6 jugadores más altos que yo. Pero más tarde empecé a despuntar y fue obviamente por jugar con competencia.
Fuente: Vaqueros de Bayamón / 25 de febrero de 2017
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